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¿Está mal que me vea desnuda?

Cuando el pequeño es bebé y toma la teta, es normal y natural -por ejemplo- que su mamá tenga los pechos desnudos. ¿Pero qué pasa cuando el niño crece? ¿Es bueno que vea a sus padres desnudos?

A diferencia de otras culturas donde la desnudez es algo natural, en la nuestra -a pesar de la proliferación de cuerpos desnudos en los medios de comunicación- lo natural es estar vestidos.

Sabemos, por ejemplo, que no se puede caminar desnudo por la calle porque hay leyes que así lo impiden, hecho que indica que hay cosas que están permitidas y otras que no. Estas prohibiciones son las que, de alguna manera, van instalando y regulando los vínculos en los parentescos.

 

Prohibiciones saludables

Para un niño, es pertubador saber que no hay límites, o tener la fantasía de que todo es posible. Eso lo sumerge en una sensación de desamparo. Los límites le aseguran cuidado y protección. Los límites abarcan la prohibición de tener intimidad sexual con los padres. Eso se va instalando y delimitando con otras anteriores, tales como la de seguir tomando la teta o ser higienizado por la madre eternamente. 

Para los chicos, la observación del cuerpo desnudo de un adulto o la intimidad de sus padres es una fuente de excitación que es aconsejable evitar. Por esto no es lo mismo ser descubierto que exhibirse. Ser descubierto podría deberse a un descuido o bien a la curiosidad del niño, y podrá aprovecharse como una oportunidad para que despeje sus dudas. En cambio, exhibirse hace que el niño se exponga a una escena perturbadora (por la excitación que le provoca). Y además, se pierden ocasiones de transmitir y delimitar los espacios de intimidad necesarios para su buen desarrollo psicosexual.

 

No es lo mismo a distintas edades

Cuando es muy chiquito, no advierte las diferencias sexuales ni tampoco la diversidad de formas. Por este motivo, la desnudez de sus padres ni siquiera le llamará la atención.

Hasta los 2 años y medio, no tiene el sentido del volumen y de la diferencia. Recién entonces empezará a percibir las variaciones de tamaño y también las de género. Su parámetro de belleza en ese momento se ajustará al siguiente principio: “si es más grande, es más lindo”. Esto es evidente, por ejemplo, cuando recibe un regalo y aprecia el paquete más grande. Y el mismo concepto se emplea en la valoración del cuerpo. Por esto se siente inferior frente al cuerpo de un adulto, al que ve más bello solo por ser más grande. De ahí que no experimente ningún sentimiento de esta naturaleza frente a la desnudez de otro niño.

A partir de los 3 años, empieza a tomar conciencia de las diferencias sexuales.

Entre los 3 y 5 transita un período de curiosidad con respecto a sus papás, a sus cuerpos, a qué hacen cuando cierran la puerta del dormitorio. En definitiva, quiere saber acerca de la sexualidad, y deseosos de develar algunos misterios. Probablemente, en ese momento, espíe por las cerraduras cuando los adultos van al baño o intente abrir la puerta mientras te bañás. Y quizás en alguna oportunidad hasta tenga éxito.

Antes de los 7 años, frente a la excitación sexual que le provoca el cuerpo desnudo de un adulto, el chico no sabe qué hacer con la tensión que experimenta. La reacción más habitual será querer tocar lo que lo excita.

A partir de los 7 u 8 años, ya tendrá incorporada la prohibición de tocar otro cuerpo. Y muchos papás notarán, incluso, que sus hijos no quieren ser vistos desnudos aun por sus propios padres (lo que es importante respetar).

 

Los chicos y la curiosidad

La curiosidad motoriza el aprendizaje acerca de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Por eso la investigación acerca de la sexualidad debe ser tomada con naturalidad y como parte del normal desarrollo psicosexual infantil.

La curiosidad sexual no se despierta espontáneamente, sino porque “algo” de su mundo circundante se presenta como enigmático. Y, si no coartaron sus investigaciones, tarde o temprano hará algunas preguntas a sus padres, que representan para él la fuente de todo conocimiento.

 

Preguntas y respuestas

Si los padres le eluden la respuesta o reprochan su curiosidad, dejará de preguntar o buscará satisfacer sus dudas mediante de otras fuentes de conocimiento, como su propia investigación. Eso posiblemente lo llevará a espiar por la cerradura, o intentar abrir puertas cerradas. Siempre es bueno que el niño pueda contar con sus padres para aclarar sus dudas, como base de un buen vínculo de comunicación. No recibir respuesta a sus preguntas despierta en él sentimientos de angustia y desprotección.

Si pregunta, despejá sus inquietudes y respondé a sus planteos de acuerdo con su edad. Dar el ejemplo por medio de nuestras conductas también lo ayudará a poder delimitar el espacio íntimo, del que se puede compartir con los demás. Así, aprenderá a cuidar su cuerpo y a saber que hay partes que son íntimas y que no deben ser tocadas ni miradas por los adultos.

 

¿Qué hacer si te vio desnuda?

En el caso de que la situación te sorprenda, lo primero es no entrar en pánico, y hacerle saber al pequeño curioso que:

  • Hay situaciones en las que no se puede estar juntos, por ejemplo, cuando vas al baño, porque es un momento íntimo.
  • Cuando sus papás tienen la puerta cerrada, él no puede pasar.
  • Si tiene curiosidad por saber alguna cosa, puede preguntártela, porque vos le vas a responder.

 

Cómo contestar sus dudas

La educación sexual debe contemplar una serie de aclaraciones de un modo simple y natural y en las circunstancias apropiadas. Pero no hay “una respuesta única” para dar a los niños. Sin embargo, hay algunos parámetros generales:

  • Respondé las preguntas con la mayor sinceridad y honestidad posibles, para construir con tu hijo un vínculo de confianza.
  • Elaborá las respuestas de acuerdo con su edad, es decir con un lenguaje apropiado.
  • Contestá sin explayarte en más de lo que te pregunta. No agregues información que no está requiriendo.
  • Respondé en el momento. Si postergás la respuesta, es probable que ya no se muestre interesado en ella, e incluso quizá no vuelva a preguntar sobre el tema.

Asesoró: Dra. Mariana Czapski, Especialista en Psicología Clínica

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