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¿Puede un bebé salvar una pareja?

Cuando las cosas no funcionan bien en una pareja, es erróneo pensar que la llegada de un puede salvar una relación.

Muchas parejas que atraviesan una crisis o han considerado separarse a veces se aferran a la creencia de que la llegada de un hijo resolverá sus problemas. Existen fantasías de que el bebé traerá una renovación y revitalizará el amor que alguna vez los unió.

Posiblemente, muy en el fondo, saben que un hijo no es un mago que, con su presencia, puede restaurar lo que se ha dañado. Pero frente al dolor de una eventual ruptura y la pérdida de la ilusión, no siempre se toman las decisiones más acertadas. Cada persona hace frente al dolor realmente como puede y con los recursos internos con los que cuenta en ese momento.

De todas formas, en estos casos, lo importante es saber que más allá de que un bebé no soluciona los problemas de pareja (sino que -por el contrario- los pondrá más en evidencia) esos niños llegan a la vida de sus padres rodeados de deseo, de sentimientos genuinos y de ilusión.

Es erróneo pensar que un hijo es capaz de convertir a una pareja en crisis en la familia ideal.

La ilusión del salvador

En momentos de crisis en una relación, la decisión de tener un hijo para salvar la pareja no suele ser consciente ni premeditada, sino más bien un proceso inconsciente vinculado a la forma en que cada individuo enfrenta las pérdidas.

Las crisis -especialmente las de una magnitud tal como para poder poner en riesgo la continuidad de una pareja- nos confrontan con las pérdidas. Y las pérdidas no son fáciles. Cuanta más edad tenemos, más pérdidas llevamos acumuladas en nuestras vidas. Y muchas veces una nueva pérdida no sólo lo es en sí misma, sino que intensifica las pasadas.

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Con las crisis se suele perder la ilusión de un cierto funcionamiento familiar o de características que le supusimos al otro, quedan a la vista las diferencias que claramente existen en todas las parejas, y los modos de resolución con los que cada uno cuenta. Las crisis forman parte del transcurrir de las parejas, y muchas veces tienen que ver con su crecimiento y maduración. Pero las crisis que no se pueden resolver son las que anuncian la imposibilidad de continuar siendo una pareja. Y cuando esto ocurre lo que se pierden muchas cosas: a la persona a la que se amó, a aquella con la que se comparte la vida, la ilusión de una familia tradicional, los proyectos que se habían soñado juntos, la cotidianeidad, lo conocido. Y surgen los miedos a lo que vendrá, aunque probablemente sea mucho mejor que lo que ya no funciona y no brinda felicidad.

Las formas en que cada persona se enfrenta y atraviesa esas pérdidas no es la idéntica para todos. Frente a ese escenario, puede surgir la tentación de la tentación de ver a un hijo como un “salvador” puede surgir. El bebé quedaría ubicado allí como aquel que puede tapar o llenar el vacío de la pérdida. Este pensamiento, aunque reforzado socialmente, plantea interrogantes sobre el peso que se le asignaría al hijo en esta dinámica. Pero, ¿es ese el lugar que deseamos para un hijo? ¿No es mucho el peso que tendrá que cargar en su historia?

Un bebé no viene a solucionar los problemas de la pareja, sino que por el contrario, los pondrá más en evidencia.

Salvar una relación
Salvar una relación

Rompiendo mitos

Hay muchos mitos en torno a la llegada de un bebé, como si fuera un remiendo para una pareja que atraviesa un mal momento.

MITO 1: “Un bebé siempre trae paz y armonía, y convertirá a la pareja en una familia feliz”.

Este enunciado refleja una idealización. En realidad, no hay familias perfectas ni que vivan en constante armonía. Si bien un hijo puede ser una gran fuente de felicidad, su llegada implica que la pareja deberá modificar su equilibrio de dos, para pasar a ser tres. El período de adaptación conlleva roces, fricciones y reacomodos. Este proceso demanda mucha energía, un recurso escaso en parejas en crisis. Si los miembros de la pareja no están bien, será difícil mostrarse amoroso o poder comprender y apoyar al otro y, entre ambos, sostener emocionalmente a ese hijo.

Por lo tanto, concebir a un bebé como “la solución” es un error. Los hijos nos enfrentan a tomar decisiones y posturas divergentes, exacerbando las crisis latentes. Lamentablemente se confunden las cosas, y no se diferencia y discrimina claramente que la cuestión no es ponerse de acuerdo en las decisiones que atañen los chicos, sino que el problema es que hay un tema no resuelto entre los adultos.

MITO 2: “Cuando tengamos el foco puesto en el bebé, ya no discutiremos y nos llevaremos bien”.

Es cierto que un recién nacido demanda mucha atención y cuidados, lo que puede temporalmente desviar la atención de los conflictos de pareja para poner toda su energía en ese bebé. Sin embargo, esta distracción no es eterna. Postergar la resolución de los problemas es como esconder tierra debajo de la alfombra: los conflictos eventualmente resuelven, manifestándose en malas contestaciones, desinterés o malas caras. Además, después del parto, las mujeres experimentan emociones intensas debidas a los cambios hormonales.

El cansancio y la fatiga derivados de cuidar al bebé pueden traducirse en poca paciencia, mal humor o sentimientos de tristeza, emociones éstas que demandan apoyo emocional de la pareja. Sin embargo, en medio de una crisis de pareja, ¿es posible brindar este apoyo? Es probable que la crisis se profundice y acelere el proceso de separación. Aunque los sentimientos de culpa pueden postergar la decisión, es poco probable que se tenga la disposición emocional como para sostener a la pareja.

MITO 3: “La crianza de un hijo nos va a unir más”.

Las parejas se forman con dos individuos que provienen de familias distintas, con procesos de crianza diferentes. El desafío radica en construir un modelo parental propio que satisfaga a ambos. La crianza de los hijos pone estas cuestiones en primer plano. “¿Cómo lo vamos a criar? ¿Siguiendo los métodos de mis padres o de los tuyos? La respuesta recae en lo que los nuevos padres acuerden. No vamos a ser ingenuos y pensar que se van a dejar de lado las propias historias, claro que no.

Negociar, llegar a acuerdos, discutir y tratar de imponer el propio modelo, son partes inherentes en la formación del nuevo modelo familiar, fusionando elementos conocidos con los del otro. Establecer los valores a transmitir, decidir qué aceptar y qué no, identificar lo importante, y qué cuestiones son negociables son parte de este proceso.

Aunque la crianza de un hijo requiere mucho amor, es erróneo creer que puede unir a una pareja que ya no funciona. Sin embargo, es cierto que ser padres demanda madurez, independientemente de la continuidad de la pareja.

MITO 4: “La llegada de un hijo los va a unir para siempre”

Esta afirmación es absolutamente cierta. Un hijo une para siempre a dos seres humanos en su función de sostén y acompañamiento en la vida. Es importante recordar que una vez que se forma la familia, existen lazos que se vuelven indisolubles. Uno puede separarse de una pareja, pero en ningún caso de un hijo. Esto implica que los adultos, aunque ya no estén juntos, deben trabajar en equipo, respetando acuerdos y pautas relacionadas con los hijos. Y esta responsabilidad va más allá de la cuota de alimentos o los horarios de visitas: también el tipo de educación y los límites que se consideran importantes para el niño para el bienestar del niño.

Asesoró: Dra. Mariana Czapski – Psicóloga y Especialista en Psicología Clínica.
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